La ciudad de la luz no dormía aquella noche. Cientos de hojas del periódicos revoloteaban al compás del viento. Las luces parpadeaban presagiando un cambio y las personas caminaban sin rumbo buscando la mirada de ojos conocidos. Los barcos del puerto chocaban unos con otros a la par que los perros aullaban asustados. El hombre alto miraba el horizonte pensando una razón para llamarla. Estaba aislado de los ruidos y el barullo a su alrededor, su pulgar acariciaba su nombre en la fría pantalla del móvil. Sus ojos oscuros retenían el verde de su mirada y la blancura de su piel de aquella vez que la vio. La luz de su nombre era tentadora. La llamaría, o no. Quería llamarla. Oír su voz, olerla. Le apetecía ver las hogueras con ella y preguntarle lo que tanto tiempo había evitado. Solo esperaba que no fuera tarde.

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