domingo, 1 de enero de 2012

Un rayo por recuperar, microrrelato



Entró el año nuevo con un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, no era intuición o premonición, era puro frío. Entre los cartones corría el aire. La vieja manta raída poco podía hacer. Sabía que era día de año nuevo por los petardos, no solo los niños, también jóvenes y mayores se empeñaban en molestar con esos artilugios del demonio.  Él les podía decir exactamente por dónde metérselos. 
Vio un ratón corretear por la basura cercana, él ya había buscado allí, nada había aparte de vasos rotos de plástico, latas de conservas vacías, papel de regalo y restos de una cena donde nadie se quedó con hambre; sólo pudo aprovechar una masa parda que sabía a patata, o lo parecía, hasta había chupado los huesos de la carne del festín. Debió estar buena porque soltó un tremendo eructo nada más acabar. Y una uva, que por supuesto se comió. 
Los petardos demoraban en marcharse, no lo dejaban dormir, algunos niñatos se burlaban de él al pasar, se reían con sus abrigos de lana y sus cabellos engominados. Niñas de dieciséis años los acompañaban, parecían clones unas de otras, melenas largas y lisas, vestidos cortos, medias negras. -¿En qué mundo vivimos?- pensó. Se rascó la cabeza y encendió un cigarrillo que tenía a la mitad. -Malditos. Que se jodan.-
Como no podía dormir sacó la fotografía que llevaba en el bolsillo del pantalón, el que aún no estaba roto. La cara de un hombre sonriente le miró sin conocerlo, la mujer a la que abrazaba miraba al cielo y el sol bañaba su cara. La playa de fondo. -¿Cuándo pasó eso?- El hombre no tendría más de cuarenta años, con algunas canas, su mirada transmitía algo de picardía y a la vez serenidad. Un rayo cruzó su mente y la dejó en blanco, a solas con ella. -¿Cuándo se fue?- Olía a caramelo y miel, siempre usaba esa colonia dulce. Estaba con ella en el baño, -¿por qué todo lo recuerdo de color dorado?- Su maquillaje, el color tostado de la pared, el moreno de su piel, los botes de crema blancos y marrones. Tenía una piel tan suave, una risa tan bonita. Hablaba sin parar, gesticulaba con las manos y hacía mil muecas con su boca, esa boca que tanto le gustaba besar. Cristales rotos estallaron a su alrededor y algo helado le empapó la cara. Era una botella de champán que habían tirado esos degenerados a sus pies. Los odiaba por haber robado su momento con ella. Ahora tendría que esperar a mañana para hacerla volver. O quizás si pudiera dormir la visitaría en sueños, pero ese frío no lo dejería. -Quizá esta noche vaya al albergue. Quizá así la retenga un poco más-.

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