viernes, 23 de marzo de 2012

Cuento de las estrellas

   Mi historia empieza cuatro mil estrellas atrás, en este mismo lugar, donde ahora hay bloques de hormigón y carreteras. 


  Aquí, justo en este punto, antes de que naciera tu estrella, había un lago cristalino, de donde salía una bruma misteriosa y brillante. Donde la luna bañaba el agua tiñéndola de un aura blanquecina y mágica, donde el pasto era verde y nunca negro ni oscuro, nunca desierto. Las flores crecían libres, sin orden, de colores inimaginables hoy en día. 


  En mi historia aún existía la magia, los seres humanos apenas podían comunicarse con palabras, pues no había, y aún así, se comunicaban de una manera que llegaba dentro, al corazón. Usaban las manos, las miradas, y los pensamientos volaban de unos a otros. La energía se podía ver y oler. Las estrellas nacidas eran más brillantes y el universo se contemplaba desde todos los lugares. El aire entraba en los pulmones limpios y las personas que aquí vivían pensaban las unas en las otras. 

  Un día al atardecer, cuando el sol era naranja y el cielo rosado, hubo una explosión en el cielo, llenó todo de chispas brillantes y fugaces, y caíste, aquí, en este punto exacto. Tu estrella nació y vino a parar a mi lado. Y no puedo olvidarlo, porque todo cambió. Dejaste un gran agujero en mitad de mis amados árboles. Hondo, luminoso, incandescente. Y abajo, tu luz brillaba sobre todas las cosas. Ardías. Y bajé por ti. Te llevé junto a mí dos lunas enteras, pegada a mi corazón. Luego saltaste y elegiste un vientre cercano, ahí te acomodaste. Ahí te esperé nueve meses enteros. Viéndote crecer día a día. 

  Y naciste, y yo, sintiéndome afortunado, te vi nacer. Y te pusieron en mis brazos, porque eras mía. Tus ojos se abrieron y aún tenías la luz de la estrella. Poco a poco, se fue apagando en tus ojos y creciendo en tu interior. 

  Tus pequeñas manos resplandecían a veces, y ahí supe dónde residiría tu magia. En tus manos. Pequeñas manos suaves y redondas, que iluminaban todo cada vez que las movías. 

  Mi luz estaba en mi cabeza, y apenas se podía ver. Entendí que era mental. Creciste en mis brazos, te llevé en mi espalda, te enseñé a nadar, a cazar, a entender a los animales y a las estrellas. Tu cabello rubio contrastaba con mi moreno. Y tus manos calmaban mi deseo de ti, haciendo que un inmenso amor se expandiera sin límites. Tu estrella me eligió, y yo me quedé a tu lado, para siempre.

  Dos mil estrellas después yo caí a tu lado, y la historia se repitió. Tú me cuidaste y me amaste, y las emociones dejaron paso a las palabras para expresarlas, las caricias, eran eternas entre nosotros. Cada vez que moríamos renacíamos en el otro. Y así continuamente.

  Ahora estás a mi lado, ahora suena un te quiero de mi boca, ahora mis labios te besan y en mi historia de hoy eres más hermosa que nunca. Sigues brillando en tus manos aunque los demás no puedan verlo. Tocas, ríes y todo florece. Hoy eres mi luz de nuevo. Te he amado desde hace cuatro mil estrellas. Te seguiré amando dentro de un millón, porque tú, mi amor, eres mi cuento, eres mi vida, y aunque no sepan comprendernos, venimos de las estrellas caídas, nosotros elegimos dónde y cuándo nacer, al lado de quién. La mirada creciente de tus ojos me dice que hoy volverás a irte, y yo no tengo luz en las manos para calmarte. Hoy duele más que antes, porque no nos enseñan a comprender el ciclo de la vida. Hoy se sufre más, se llora más y se entiende menos. Pero yo te amo igual que siempre. Porque me elegiste, y te doy las gracias. Mi historia es para ti.

2 comentarios:

  1. Un bonito cuento, Ana.
    Yo también creo en ese poder de las estrellas.
    Y sé que tengo una brillando, aunque a veces, no logre ver su luz.
    Besos.

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  2. Al fin y al cabo, somos polvo de estrellas.

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