martes, 1 de mayo de 2012

Permitido diez minutos

Eran las doce de la noche y la casa estaba a oscuras. La puerta principal estaba cerrada con llave, las persianas echadas, sólo la de su dormitorio dejaba pasar un poco la luz anaranjada de la farola, creando así inquietantes sombras en sus sábanas blancas. Cinco libros descansaban en la mesita de noche, dos de ellos ya empezados y uno terminado, un vaso de agua los acompañaba, y un móvil que no paraba de vibrar con un ruido sordo.

Ella estaba en el pasillo, sentada en el suelo, en un rincón donde veía las puertas de los armarios de su vestidor.   Quería llegar al baño antes de acostarse, pero no llegó, en un segundo de debilidad se le aflojó la coraza y cayó, cayó llorando de golpe, sin previo aviso, lloraba con sus manos puestas en el rostro, lloraba empapándose la cara, la ropa, el alma. Y así se quedó diez minutos, llorando en el suelo. Pasado ese tiempo se levantó y se enjuagó la cara. Mirándose al espejo vio sus ojos llorosos manchados de rímel. Los volvió a limpiar. Se lavó los dientes, se cepilló el pelo, y se fue a la cama.
Esa noche no pudo leer, pero se durmió rápido, soñó con unos ojos y unas manos. Cuando despertó, vio una llamada perdida en su móvil y cinco mensajes. Era él. Como siempre. Insistiendo. No iba a romper lo que se había prometido. El llanto sólo se lo permitía a solas y diez minutos máximo, nada más. 

2 comentarios:

  1. Amor y razón pueden ser enemigos irreconciliables. Pero, cuando se complementan la dicha llega a ser suprema.
    Saludos, Ana.

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  2. Hay decisiones que cuestan mucho, pero que mucho tomar... pues se va a contracorriente del sentimiento.

    Besos.

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