martes, 28 de agosto de 2012

Vértigo

El vértigo no tiene ni pies ni cabeza.
Una vez intenté subir a la Torre Eiffel, me bajé en la primera parada del ascensor, creo que no había superado ni una pata, y me entró flojera de piernas, me quería tirar al suelo. Así que corrí a las escaleras y bajé casi con los ojos cerrados.
Sin embargo, puedo mirar desde lo alto de una montaña y admirar el paisaje. Si fuera a Nueva York subiría al Empire State y no tendría vértigo, creo. Cuando subo a una planta alta en ascensor también me tiemblan las piernas, así que no sé en qué se basa mi cuerpo para definir ese miedo-vértigo que me entra, en unas situaciones sí, y otras no. Cuando era pequeña y entraba en la catedral (de Sevilla) y miraba hacia arriba con todas esas columnas interminables, también tenía vértigo, pero era precioso. Y bañarse en alta mar también da vértigo, pero en el sentido contrario, sabes que no te vas a caer, pero la sensación de tener tanta distancia bajo tus pies y saber además que hay muchos seres vivos debajo es, cuanto menos, temerosa.
También da vértigo saber que el mundo corre más que tú y te quedas atrás, darte cuenta que algo va a cambiar , no estar a la altura de lo que se espera de ti, o por el contrario, superar todas las expectativas y que todo vaya más rápido de lo que creías (no es mi caso ahora mismo). 
Y da vértigo leer y ver las noticias a diario.


2 comentarios:

  1. Ana:
    El vértigo me viene cuando me levanto de golpe, o algunas veces raras, cuando -al estar acostado- giro la cabeza hacia mi izquierda.
    De joven estuve varias veces en las alturas de las cabriadas de edificios fabriles, sin sentir vértigo.
    Me encanta cuando asciendo en una avioneta o helicóptero y el suelo se aleja rápidamente.
    Además de la película de Hitchcock, está la parodia de Mel Brooks, High Anxiety, donde el personaje padece esa afección. Es muy graciosa.
    Aquellas cuestiones que mencionas al final del artículo, me dan angustia e impotencia, más que vértigo.
    Un gran abrazo.

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  2. Yo nunca tuve vértigo, hasta que no sé por qué un día me apareció. Y justamente me di cuenta en la Torre Eiffel que no podía mirar para abajo. Me obligué a subir, es que toda la vida había soñado con visitarla y no iba a permitir que mi nuevo miedo me lo impidiera. Pero me llama la atención que aparezca de repente cuando nunca lo sentiste...
    Un saludo

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