Los desahucios y la doblez social

Hace meses escribí un artículo sobre dos italianos que se habían quitado la vida por no poder afrontar lo que se les venía encima, perdón, quiero decir, lo que le echaron encima, y hoy, 3 meses después, ya ha ocurrido aquí varias veces, cosa que se podía augurar, aunque todavía es gota a gota. Parece que los países PIGS, nosotros entre ellos, hemos llegado a una situación límite donde aparentamos que todo va bien conteniendo el aliento. "Virgencita virgencita que me quede como estoy". Y procuramos ponernos unas orejeras bien grandes para no ver a los que están a nuestro alrededor, gente de toda la vida, vecinos, amigos, familiares, compañeros, que se han quedado prácticamente con una mano delante y otra detrás pero siguen sonriendo. Hasta que un día se tiran por el balcón. Y entonces todos nos echamos las manos a la cabeza y España sale a la calle a clamar una solución de estos apestosos políticos porque la culpa es suya (evidentemente). Políticos y banqueros. Y en los círculos más cercanos, la de la lavandería, el panadero y la frutera del barrio comentan —pobrecilla, si hubiésemos sabido que le iba tan mal podríamos haberla ayudado—. Pero es que a nosotros también nos va mal ¿verdad? De boquilla está muy bien decirlo y poner cara de pena, —si no tengo ni para mi, ¿cómo te voy a dar a ti?—. Y se quedan tan anchos, pensando que la solución es soltar pasta sin más. Eso deberían hacerlo los bancos, pero es otra cuestión. El cinismo social es algo que se palpa.

Lo que se puede hacer por los demás es estar ahí, es intentar buscarle soluciones, apoyarlos, hablar con la gente, mover contactos, hasta hacer acciones sociales de barrio, para nuestra gente diaria. Pero es que nos da vergüenza,  a mi también, el pedir ayuda, sabiendo que nos señalan con el dedo. ¿Pero qué mas da? Si de diez que nos señalen, cinco van a caer también. 

No sé la solución, pero es importante hablar. Y dejar que te ayuden. Y ayudar.