viernes, 29 de marzo de 2013

Antonio Rodríguez de Campos. En la calle.


Antonio vive en la calle Asunción de Sevilla. Digo vivir por no decir malvivir o sobrevivir. Es portugués. Tiene 48 años. Es un tipo alto, barba rala, pelo corto, moreno, con algunas canas, tiene la nariz pronunciada y los ojos profundos y marrones. Me recuerda a alguien. Todos los días veo su cartel pintado a boli que dice: "Hoy por mi, mañana por ti. Gracias". Casi siempre está escuchando una pequeña radio con sus auriculares y mira hacia abajo. A veces se le escapa una tímida sonrisa por algo que ha escuchado. Su ropa no está sucia, tiene buen aspecto, está flacucho, pero no en el límite de decir desnutrido. Se sienta sobre su mochila y una manta. Tiene un sombrero negro donde va acumulando algunas monedas y unos cartones al lado. 

Hoy, como de costumbre, estaba lloviendo, y hoy le he llevado un café. Me he sentado a su lado y le he preguntado si quería charlar. Después de dos minutos hablando se ha emocionado, sus ojos se han llenado de lágrimas y me ha dicho que le ocurre cada vez que alguien conversa con él, cosa que no es habitual. Dice que la soledad de la calle es terrible y que las personas no nos vemos unas a otras. Me ha contado que lleva en España desde el año 87, que ha trabajado en restaurantes, obras, en campañas de recogida de hortalizas y frutas, que tenía muchos amigos, y que un buen día ya no pudo pagar nada más y se encontró entre cartones. Lleva un año así. Le he preguntado por su familia y me ha dicho que sus padres ya son muy mayores y viven en un cuartito en Portugal. Que sus amigos dejaron de hablarle y que si alguno lo ve de lejos se va por otra calle. Ya no lo miran. Nadie lo hace. Dice que los españoles ignoramos a las personas, que la sociedad está podrida y que no hablamos unos con otros. Me cuenta que hablan con él los extranjeros, que le tratan de tú a tú, chicas que vienen a estudiar desde Estados Unidos, o alemanes, o croatas, ingleses...todos menos españoles. Le preguntan qué le ha pasado, se preocupan y sienten un interés por esa persona que de repente se ha visto sin nada. Los españoles volvemos la cabeza, eso si es que nos damos cuenta de que está ahí sentado. Duerme en un cajero unos metros más abajo, los días laborales, cuando llegan los trabajadores del banco, se levanta, se lava como puede en la fuente de la calle y se va a su rincón, a veces tiene para tomarse un café, incluso un bocadillo. Le entristece que las personas nos hayamos vuelto egoístas y ciegas. Delante de donde se sienta hay una frutería "de diseño" y muchos balcones con gente que lo ve a diario. Está escandalizado por ver cuánta comida se tira. A él nunca le dan nada, aunque lo ven pasar horas y horas en el mismo lugar, todos los días, de 7 de la mañana a 8 o 9 de la noche. Dice que tiran manzanas y frutas con pequeñas manchas o cortes o golpes, las tiran a la basura, sin preocuparse de que él las pueda necesitar. Me comenta que se siente muy solo, sin una pizca de cariño, y que por eso se emociona cuando alguien se para con él. Que lo hace una pareja mayor a veces, las extranjeras y hoy yo. Que parece que la gente le tiene miedo, como si él fuera algo malo. 

Ha sacado de su ordenada mochila una carpeta azul y me ha dado su currículum, me ha pedido que si conozco a alguien del campo que necesite temporeros que se lo haga saber, me ha dado su número de teléfono y me ha dicho que si encontrara trabajo por poco que ganara me daría parte de ese dinero por si yo lo necesitaba también, ya que también "estoy en paro". Su gratitud es infinita. Y su anhelo también. Dice que él cree en Dios, que piensa que no estará así toda la vida, que lo que le ocurre no se lo desea a nadie en el mundo, a nadie. Yo me he guardado mis comentarios sobre la fe. 

Como Antonio hay miles, cada día más, gente que pasar de ser social a ser invisibles, faltos de todo. Y nosotros... y nosotros ¿qué? Con nuestras pataletas, con nuestros enfados, con nuestras historias y vamos dejando que pasen las cosas buenas sin darnos cuenta, echando de nuestra vida a gente a quien les importamos y metiendo a falsas sonrisas, falsos amigos. Y Antonio vive solo 24 horas del día, sin que nadie lo mire, y sin que nadie le de una oportunidad. 


6 comentarios:

  1. es muy dura la vida de Antonio,pero la lastima es que como él hay miles.Y más que habrá,como sigamos asi.Y sí,la gente pasa de largo ,pero hay otras gentes que se paran ,charlan y comentan.
    Tambien y lo sé por experiencia, que la mayoria de las personas que vivien en la calle,son enfermos mentales,que no pueden ó no quieren vivir en familia,que vivir con un enfermo mental es lo más duro que hay en la vida y que los organismos estatales se han desentendido de estos enfermos.

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  2. la verdadera cara de la crisis es la ruina social

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  3. Ana:
    Uno estaba acostumbrado a ver mendigar o a estar en situación de calle a los desdichados con enfermedades mentales o incapacidades manifiestas;pero, de un tiempo a esta parte, ha comenzado a ser frecuente la aparición de gente de trabajo que cayyó en la desgracia de no calificar para los empleos actuales. No tienen posibilidades de volver a la maquinaria productiva.
    La especialización en tareas múltiples y la automatización han destruido los empleos de menor calificación, por lo que cada vez se requiere una mayor capacitación para ocupar unos pocos empleos, que se tornan peor pagos.
    Personalmente, no veo una solución a este problema, aunque confío que alguien la halle y aplique, porque es muy triste esta realidad.
    Besos.

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  4. Me emocionó tu texto. Lamentablemente hay muchos "antonios" por la calle y cada día más.
    Me pone triste pensar que a la gente que no le falta nada, le enfaden pequeñas tonterias. Cada uno de nosotros tenemos nuestra historia, pero deberiamos ser consciente de las historias de los demás.
    Un saludo Ana y muchisimas gracias por ser uno de esos sitios donde Sofia se pierde.

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