domingo, 30 de agosto de 2015

Todo lo que quedará

  Anoche hubo una superluna, así la llaman. Muy bella y luminosa. Me senté en mi terraza a oscuras y la observé durante más de una hora. Todo a mi alrededor tenía una luz casi mágica, blanca. Esa misma luz en bosques de todo el mundo, mares, selvas, sabanas, valles y colinas, tuvo que ser una auténtica maravilla en esta combinación de nuestro planeta y lo que el universo proyecta sobre él. 

  Nadie duda ya de que nuestra "evolución tecnológica" —que no humana— ha ido demasiado rápido. Y todos sabemos que la evolución rápida conlleva una involución igual de rápida. Todo es "demasiado" en estos últimos 50 años. Todo un sprint, y creo que tropezaremos y caeremos de bruces cuando creamos que hemos llegado a la meta. Porque no hay meta. Ese es nuestro error. 

  Y la involución no será otra cosa que volver a la esencia, claro, a esa luz lunar. Al ser humano que nace desnudo a indefenso, que necesita de otros seres humanos para sobrevivir en esos primeros años. A lo más básico y lo más importante. A lo que se nos ha olvidado. Nadie va a descubrir el sentido de la vida de momento. Puede que todo sea un cúmulo que casualidades y circunstancias óptimas. La vida en sí es un complejo sistema nervioso. Lo que nos hace diferentes es la consciencia. Nada más. Y dentro de nuestra consciencia humana sólo dos cosas hacen que todo sea posible y siga sucediendo: las palabras y la música. Nada más. Mientras el ser humano sea capaz de seguir creando música, seremos extraordinarios. Y las palabras, las historias, son la base de nuestra existencia consciente. Se contaban historias desde el principio, se siguieron contando y así seguirá cuando hayamos perdido todo lo "creado" artificialmente. Será lo único que nos quede, esa capacidad de crear palabras, y de ellas historias que nos contaremos unos a otros. Y volveremos a inventar.



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