martes, 13 de diciembre de 2011

Niños en un pañuelo



En Malí, como en cualquier otro lugar del mundo, los niños gatean por el suelo, hasta que se atraven a dar sus primeros pasos, para jugar con otros niños. Pero cuando las madres los quieren llevar de un sitio a otro, no tienen carritos para poder hacerlo. Allí no hay carritos de bebé. ¿Cómo lo hacen entonces? Pues bien, la madre saca de entre sus ropas un gran pañuelo, un pañuelo grande y a juego con su vestido. Se lo pone en su espalda, y dentro de él coloca al niño, que queda abrazado a ella, cubierto todo su cuerpo menos la cabecita, como si fuese dentro de una mochila. La madre se anuda por delante las cuatro puntas del pañuelo, dos a dos, con gran cuidado, para que no se desaten y el niño no caiga al suelo. De esa forma, siempre lo lleva detrás de ella, apretado contra sí misma, inmóvil.
Su cabecita negra es como un periscopio que lo observa todo. Y para complicarlo aún más, las mujeres tienen la costumbre de transportar cosas en la cabeza. Es normal ver a una mujer con su hijo en la espalda, y a la vez, en un más difícil todavía, portando algún producto en su cabeza. Las he visto en mercados, llevando en equilibrio una bandeja de plátanos, por caminos polvorientos unos troncos de leña o en los poblados una gran vasija con agua. Y todo ello con su hijo a su espalda, en el gran pañuelo.
Una noche en Sikasso, organizamos una cena con varios amigos malienses, en un lugar donde servían comida. Cada uno de ellos nos había invitado a comer en su humilde casa, y queríamos corresponderles. Las mujeres lucían telas muy brillantes y alegres, y se habían peinado para la ocasión. Una de las parejas llegó con un niño pequeño. Mientras esperábamos la comida y durante la misma, el padre y nosotros lo entretuvimos con juegos. El chico se convirtió en una de las animaciones de la cena. Pero comenzó a mostrar cansancio y a tener los primero síntomas de sueño. "¿Qué ocurrirá ahora?" me pregunté. "En mi país lo normal es que acuesten al chico en el carrito, ¡pero aquí no hay carrito!". Nos ofrecimos a tener al niño en brazos mientras la madre terminaba de comer, pero ella no consintió. Sacó su gran pañuelo, se colocó al niño en su espalda, y terminó de comer de pie, con el plato en alto, sin sentarse, y sin agacharse tampoco, para que su hijo descansara bien.

Autor: José Antonio Borrero
Libro: Veinte días en Malí


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