Hay un día cada mes o cada dos meses que una tiene que tener una tarde para ella misma, ir a la peluquería, y ponerse guapa depilándose las cejas y el labio superior, o bozo (comúnmente bigote) entre otras cosas. Y hoy era el día, mi tarde, así que salgo sin maquillar, sin peinar casi, con unos vaqueros y camiseta vieja, un abrigo gastado que me está grande y me hace gordísima, una bufanda que me regaló mi madre de tres metros, y allí me voy yo tan tranquila a una hora donde no haya mucha gente por la calle.
Cuando termino, con mis rojeces doloridas, me voy a la cafetería de al lado y me siento en la esquinita más oscura a tomarme mi café con leche rapidito y a casa. Por supuesto aparece entonces mi amiga a la que no veo hace varios meses con marido y padres incluídos, además me dicen lo guapa que estoy, lo cual no deja de ser irónico. Por supuesto aparece una antigua compañera del colegio monísima a la que hace por lo menos 10 años que no veo, y por supuesto aparecen los vecinos más inesperados.
Murphy era un señor muy, muy puñetero.
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