lunes, 3 de septiembre de 2012

Irlanda, Kylemore Abbey

Hace 20 años mis padres me dieron la oportunidad de irme a estudiar un año fuera. Yo dije que sí, y hace 20 años lloraba por los rincones de un internado en mitad de una montaña lluviosa, en un castillo oscuro y frío, donde no entendía nada de lo que me decían.
Ha sido una de las mejores decisiones de mi vida. Sentirte "sola" en un ambiente desconocido hace que te pongas las pilas y quieras-necesites buscarte las habichuelas para sobrevivir. Aunque tenía una base de inglés, lo cierto es que no se entiende nada cuando llegas a un sitio así. Hablaba despacio, como los indios, para hacerme entender, y creo que no me entendían. A los dos meses de estar allí una compañera se cayó y fui corriendo a decírselo a una de las monjas, yo lo contaba y ella me miraba seria. Cuando terminé me dijo: ¡Muy bien Ana! Has mejorado mucho, sigue así. Ahí me di cuenta de que realmente mereció la pena, por muy indefensa que te sientas al principio.
Y allí, en Irlanda, conocí a dos de mis mejores amigas, mexicanas, Montse y Daniela. Con ella tengo unos lazos muy fuertes aunque nos hayamos visto pocas veces desde entonces. Exploramos bosques fangosos, encontramos tumbas con varios siglos, nos asustamos de las ovejas de colores, descubrimos rincones donde escondernos, aprendimos a crecer, paseábamos y leíamos muchísimo. Esperábamos con ansia el correo de los viernes para recibir las cartas de familiares y amigos, llorábamos cuando hablábamos una vez a la semana con nuestros padres. Las clases de "informática" eran saber mecanografiar y poco más. Viajábamos solas, nos administrábamos solas, y aún nos acordamos de aquella experiencia y nos reímos. No todo fueron risas, pero ¿cuándo es todo de color rosa?


3 comentarios:

  1. Todos los jovenes deberían tener en algún momento esa oportunidad, salir del nido durante un espacio de tiempo.
    Para aprender a valorar más lo que tienen en casa, lo que hay fuera y lo que valen ellos mismos.

    Un besín.

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  2. Mi querida soledad
    Me dirijo a tí para darte las gracias por tantos momentos sublimes que me has dado. Quizás los pasos más importantes de esta vida han sido dados gracias a tu compañía. Recuerdo momentos perdidos y atrozmente dolorosos en los que, por arte de magia, tú me diste la solución. Algunas veces me has hecho llorar de amargura y otras reír por las tonterías que se me ocurren y que te cuento en secreto. Nunca te quise como te quiero ahora. Antes te detestaba y me revelaba conmigo mismo creyendo que mi alma era la de un ser que nace estrellado; la de un hijo del dolor que todo lo tiene perdido.
    Mi querida soledad hoy te amo como quiero todo lo que siento y percibo de la realidad. Tu sabes bien de mis angustias y de mis temores; de cataclismos cuya curación se paga cuando aprendes de la sencillez de las cosas y de la nobleza que hasta el más criminal de esta vida lleva por dentro. Tú me enseñaste en mi dolor a madurar con lluvia de lágrimas delante del que me escuchaba y hoy, mi querida soledad, vuelvo a sentir la vida tal y como lo hace un niño; como una esponja que toma de la vida lo bueno y lo malo para poder crecer desde la raíz. La visión de este camino, es la de aquel chico que disfrutaba robando tomates por amor a la aventura de lo prohibido.
    Mi querida soledad: ¿Puede que seas tú... esa voz tan personal que se lleva desde el nacimiento y que nunca supimos escuchar?. Creo que sí.

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  3. Una gran experiencia de juventud que permite poder hablar con los años con la sensibilidad que nos transmites...

    Mark de Zabaleta

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