martes, 6 de diciembre de 2011

Joe olía a ovejas



Algunas de la niñas internas dormían a cinco kilómetros del colegio,  en una casona llamada "La granja". Los días de lluvia, es decir, casi todos en Irlanda, el jardinero del castillo iba a recogerlas en un coche que olía a oveja y daba varios viajes. A la española de trece años le daba miedo el tal Joe. Era el único hombre que se veía en todo el recinto. Tendría unos 50 años, le faltaban dos dientes, el resto los tenía amarillos, olía a whisky y tabaco. También olía a oveja, como el coche. Llevaba botas de jardinero que en algún momento fueron verdes, ahora eran marrones. Joe siempre sonreía a las niñas. Cabían siete en el coche. Se rifaban entre ellas para no ir en el asiento delantero. Casi siempre perdía la española y Joe le sonreía. Al sentarse la falda se le subía y la rodilla quedaba al descubierto, el hombre las miraba y ponía su mano sobre ellas. Hacía movimientos con la cabeza de la rodilla a la carretera fangosa y a la cara de la niña. Sus ojos se volvían brillantes y charlaba sin parar, una plática animada de la cual ella no entendía nada. Sólo oía a su corazón latir con fuerza y se lamentaba de no haberse puesto leotardos. Joe escupía al hablar y sacaba la lengua a menudo relamiéndose el labio. Joe era un cerdo y olía a ovejas.

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