Soñó que, cuando despertara, su cuerpo caliente seguiría allí, a su lado, respirando pausadamente, y él le rozaría el pelo, la abrazaría y olería el hueco de su cuello, soñó que ella se daría la vuelta y su sonrisa inundaría la habitación, y le regañaría por despertarla, soñó que ella se levantaba y se pondría su bata de color crema, y con legañas aún en los ojos, llenaría la casa de olor a café, y él la besaría en la cocina, y soñó que pondría la radio con ese locutor que él tanto detestaba, y que pondría las tostadas sobre un plato de loza con dibujos chinescos, y que ella misma untaría la mantequilla, y él la miraría y le volvería a decir que no entendía que escuchara a ese papanatas. Y ella volvería a sonreír y se iría a regar sus plantas, a saludar a su canario, a colmar de rayos de sol el salón. Y en el baño, mientras él se afeita, ella se ducharía y le diría con voz chillona que cerrase el grifo y que la ayudara a salir de la bañera. Soñó que salían a comprar el periódico, a comprar verduras en la tienda de la esquina, a mirar revistas en el quiosco y llamar a la familia. Y soñó que al verla se le derretiría el corazón, como había ocurrido durante los últimos treinta años. Y soñó que él ya no despertaría por quedarse con ella, pero las aves fueron crueles y le sacudieron el alma.
A menudo soñamos quimeras, amaneceres que tiemblan en nuestra rutina.
ResponderEliminarBesos, Ana.