A veces se me queda una lágrima enredada en las pestañas, que no sabe si bajar o diluirse en los poros de mis párpados. Esa lágrima solitaria que nace de un pensamiento que no debió ser pensado, o de un recuerdo que no debió ser recordado, o de una ilusión que no debió nacer en el corazón, o de un sueño truncado.
Es esa lágrima que se separa de las demás, la que más año hace. Sus hermanas brotan y consuelan, riegan el rostro, saben dónde van a parar. Pero ella, no sabe dónde ir, y la garganta le hace una reverencia con alambres que ni siquiera dejan escapar un sollozo. Si tiene suerte y grita fuerte, acudirán más compañeras a derramarse con ella, si no, se escapará, y hará un camino lento, lento, que acabará en una tecla, en un papel, en una almohada, en un pecho prisionero, a una comisura que tiembla.
Pobre lágrima, solitaria.
Muy buena reflexión. Tierna y profunda.
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