El cuenco de los cereales se hizo añicos al chocar contra el suelo. Él bajó corriendo y yo me levanté asustada. Miró la leche derramada y la loza rota, con la mano abierta el golpe en mi cara sonó sordo y las lágrimas brotaron. Usó las páginas de periódico para limpiar lo que pudo. Ella, al oír el llanto bajó también. Sus gritos histéricos estallaron en mi cabeza y sus dos manos agarraron mis hombros zarandeándome. Corrí escaleras arriba y él alcanzó mi pie. Caí. Patadas. Me zafé y me escabullí por la ventana del baño con el labio partido. En la calle apenas podía caminar, iba cojeando. Dos señoras me pararon y yo les expliqué lo ocurrido pidiendo auxilio, pidiendo que me llevaran con mi madre. – No podemos hacer nada – dijeron. – Él es tu padre, vuelve a casa niña, y lávate-.
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