Mi abuela se llamaba como yo, o yo como ella más bien, aunque ella siempre fue Anita o Doña Ana. A mi me gusta que me llamen Anita, pero nadie lo hace. A veces por la calle me dicen señora, eso no me gusta.
Yo me parezco a mi abuela, no físicamente, ella era delgada, casi etérea. Nació en 1911 en una buena familia en un buen pueblo de Jaén. Hija del segundo matrimonio de su padre. Educada y cultivada decidió hacer una de las dos cosas que sólo la mujer podía elegir en la época, Magisterio, porque ella quería trabajar y enseñar. Y no falló ni un día. Con 20 años ya era maestra. Al llegar la República la obligaron a repetir la oposición, y la volvió a sacar. Mi abuela era católica, iba a misa y practicaba lo que se supone que se debe practicar, dar sin esperar nada a cambio. Practicaba el amor, eso que ya pocos hacen. En el pueblo dijeron que o la maestra dejaba de ir a misa o tendría problemas; el pueblo dijo que a la maestra ni tocarla. Y se casó con un hombre más joven, abstemio, rojo, atormentado, totalmente opuesto a ella.
Cuando llegaron los Nacionales la amenazaron con fusilarla si no delataba a los comunistas del pueblo, ella cómo iba a hacer eso, entre otros estaba su marido, gente que amaba. Y no la tocaron. Otros no tuvieron esa suerte.
Y es que mi abuela era fiel y jamás juzgaba, en su mente cabían todos, todas las ideas aunque no fueran las suyas propias, todas las personas sin importar cómo pensaban, en eso me parezco yo a mi abuela. Con lo chica que era no había mujer más fuerte.
La recuerdo hablando siempre bajito, como yo, pero cuando gritaba tenía el timbre agudo. Me decía: ¡Anita, ven y tócame el pelo un ratito, que luego te hago la merienda!
Una de tus hijas se parece a ella.la pequeña Ana es igualita a ella.
ResponderEliminarlos nietos agüelean.
Muy bonito,Anita
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