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Una mañana se despertó con un chasquido en la punta de la lengua. Pensó que se debía a algo que se le había olvidado, aunque no lograba recordar qué. Pero el chasquido no se iba, pasó toda la mañana con él en los labios, una y otra vez. No podía articular palabra. Empezaba a preocuparse, revisó sus listas, abrió la nevera cinco veces para ver si algo olía mal, miró debajo de los cojines, repasó álbumes de fotos buscando una ausencia o algo escurridizo, miró detrás de los cuadros, sacudió alfombras, y nada. Puso la televisión para olvidarlo, pero no se iba, chasqueaba y chasqueaba. Empezaba a tener ansiedad. No pudo probar bocado y salió a la calle, pero le dio miedo la gente y volvió. Si no era un olvido ¿a qué podría deberse? - se preguntaba. La lengua le dolía. Se metió en la bañera y hundió su cara bajo al agua, todo seguía igual. Ya derrotado y abatido, llorando amargamente, se miró al espejo y entendió. Entendió su olvido, entendió su soledad, entendió su enfermedad. Fue rápido en esos segundos de lucidez, cerró el grifo y se puso la dentadura.
Día mundial del Alzheimer.
Joder, yo llevo toda la tarde con un chas en la lengua
ResponderEliminarCuando llegamos a entender el olvido y la soledad, cualquier chasquido es nimio.
ResponderEliminarEl cierre del relato me dejó patidifusa.
Un beso, Ana.