Con dos grados bajo cero y de madrugada Miguel llamaba incansablemente al telefonillo una y otra vez. - Por favor María, déjame subir, me voy a congelar. - Haberlo pensado antes de ver a esa tipa, por mi como si te mueres, vete a un hotel. - Sabes que no tenemos dinero para gastarlo en un hotel, déjame subir, no ha sido nada. - Sí tuviste dinero para irte con ella-.
María colgó el aparato y apoyó su frente contra la pared mientras una lágrima ardiente bajaba por su mejilla. Pero la ira se le agolpaba en la garganta y si le abría era capaz de matarlo. Su marido se había visto con una antigua compañera de colegio y había sido tan torpe que cualquiera pensaría que lo había hecho a propósito para que lo descubriera. Cogió violentamente el auricular y gritó -¡vete a su casa! allí seguro que te calientas-.
Miguel era incapaz de articular palabra, su vida se había desmoronado en unas semanas, no soportaba a María pero ahora lo que le parecía insoportable era la idea de no verla más ni dormir en su cama. A fin de cuentas, era su mujer. Pulsó el timbre con más insistencia aún. - Por favor, ábreme, hablaremos, dormiré en el sofá, pero déjame entrar en casa, me iré mañana si quieres-.
María abrió y se fue directamente al dormitorio cerrando la puerta de golpe. - Ni se te ocurra molestarme-. Él respondío con un tímido no.
A la mañana siguiente el desayuno estaba en la mesa, tostadas, café, zumo y magdalenas. Con una sonrisa y flores recibió en el comedor a su mujer, que traía los ojos empañados y ojerosos, fruto de una mala noche. Ni lo miró.
- Cariño, perdóname, he tenido una mala racha, creía que no estaba enamorado de ti pero sí lo estoy, perdóname-.
María clavó una fría mirada en sus ojos y no abrió la boca. Cogió el teléfono y marcó: - nena, llama al abogado que me recomendaste...sí, otra vez...ya lo sé, ya sé que me lo dijiste, no es el momento...no, no me importa...claro que le dejé subir finalmente, no iba a dejar a tu padre congelarse en la calle...si, está bien, hasta luego-.
Pasaron segundos que cortaron el aire y María respiró profundo y habló sin vacilar.
- Te advertí que ni una más. Ahora decido yo. Coge tus cosas y márchate, tres veces son demasiadas y ya te he perdonado bastante. Ni te reconozco ni te quiero, vete-.
Miguel entendió en ese momento que estaba recibiendo lo que él había buscado, pero qué victoria tan amarga. No pensó que iba a sentirse tan desolado y tan solo. Si al menos Carmen le hubiera dado una oportunidad, pero no quiso, ahora tendría que irse a vivir con su hermano. No era lo que él había esperado. Ahora se reirían de él. Se quedó mirando un instante la pared y se encaminó a la puerta - volveré por mis cosas luego.- Se fue pensando en su mala suerte y en cómo empezar de nuevo, pensaba si su hermano querría plancharle las camisas o cómo se iba a acostumbrar a comer de lata o en el bar todos los días. María se fue al baño y se miró al espejo, el corazón le dolía tanto que pensaba que iba a desmayarse, como si miles de cristales se le hubieran clavado. Sabía que esta vez era la definitiva porque no estaba dispuesta a ceder de nuevo. El nudo en la garganta se aflojó y empezó a llorar apoyada en el lavabo. Abrió el grifo de agua fría y se enjuagó la cara una y otra vez. El pecho subía y bajaba con violencia con sus sollozos. Presa del dolor dobló sus rodillas y se tumbó en el suelo mientras el agua seguía corriendo. Minutos después se levantó y empezó a tirar a la basura todo elemento masculino de la casa, colonias, cuchillas, cremas, las cervezas diarias que se tomaba, los paquetes de cigarrillos, su juego de mus, las películas de Bruce Willis y todas sus películas x que esconía en el cajón de su mesilla. Todo lo metió en una bolsa y lo dejó en la puerta. Luego, se vistió y se fue derecha a la farmacia a comprar pastillas para dormir.
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